Desde Lima, donde el mar abraza la historia
Un azar del destino confabularía para que mi hija Sofi y yo enrumbáramos a Mendoza y luego a la montaña para visitar el avión de los uruguayos. Era el último año de cole de Sofi, y en pocos meses enrumbaría a la universidad en EEUU. Una peli, unos guapos actores, y una obsesión que me perseguía desde hace 40 años cuando leyera el libro, serían los factores que coincidirían para que padre e hija, jamás muy confabulados en tema alguno, se contactaran con Latitud aventura de Octavio Romano y en cuestión de días estuviéramos rumbo a la montaña. Me llamo la atención una frase que leí en su web y decía algo así: “no somos los más económicos, pero somos los mejores”, ello me sedujo, supuse que para engreír a mi hija a la que vería muy poco después, cuando estuviera en la universidad, la experiencia debería ser la mejor. No era un viaje para escatimar. En cuestión de horas pasamos de Lima a Mendoza y luego a Malargüe dónde el tiempo pasa lento y Octavio nos agasajaría y nos presentaría al grupo de 14 expedicionarios que subiríamos a la montaña. El paulatino desarraigo de todo lo que nos consume el diario, el baño, la señal del celular, el camino asfaltado, fue asentando nuestra realización que por los próximos 3 días estaríamos a merced de la montaña, y vaya que cuando llego el momento de fusionarse con tu propio caballo e iniciar la cabalgata entendimos que el cruzar ríos, cabalgar en fila india al borde de precipicios, respirar el polvo de la montaña e ir paulatinamente ascendiendo de parajes, requería el 100% de todos nuestros sentidos. Octavio y su equipo de expertos conocedores de rutas de montaña hacen sentir fácil lo que en el papel es imposible. Y logran que comer a media luz en la montaña se convierta en algo más apetecible que un restaurante Michelin. El entorno que se genero fue instantáneamente mágico. Sin las distracciones de la nuestra civilización, el grupo se integra de tal manera que hacia la primera noche parecíamos un grupo de muy viejos amigos. La sintonía, el respeto, la conflagración y por supuesto las travesuras son partes inherentes del viaje. Jamás entendí como tanta incomodad podría generar tanto placer. Noches frías eran seguidas por exposiciones al sol naciente cuál lagartijas, finalizando con sonrisas eternas. La simpleza de nuestras existencias en el medio de la montaña, sacarían lo más lindo que tiene el ser humano: solidaridad, sonrisas, profundas conversaciones y muchísimas travesuras. Debe de haber un millón de selfies y fotos del viaje, como dice Bad Bunny : debí tirar más fotos….
Por supuesto que, sosteniendo una compleja logística, estaba Latitud Aventura, tejiendo cada detalle, los vi siempre, desde la temprana preparación de los caballos, a la de la comida, y la permanente seguridad. Llega un momento en la montaña cuando el pánico a los precipicios desaparece y es sencillamente porque ese caballo que te lleva arriba sabe donde pone el paso, al igual que los arrieros cada cierto tramo te entrenan para que no desfallezcas en el intento. Es evidente que, solo resolviendo toda esta parafernalia, Latitud Aventura logra que sus pasajeros sientan que van en un Business Class, cuando igual debes siempre manejar el estribo. Comentario aparte: Nunca se imaginaran lo deliciosa que sabe una mandarina a 4,000 msnm, parados en un terral antes de cruzar un rio que se ve imponente y que supones aunque no sabes cómo, en breves minutos lo cruzaras. Sintetizaría de manera personal que todos viven la montaña a su manera, parafraseando a alguno de los sobrevivientes. El pináculo de la expedición cuando se llega a los restos del avión envuelve hasta al más agnóstico en una suerte de rito divino. Solo entonces se entiende nuestra minúscula presencia entra rocas y montañas.
Pasaría mucha agua y jabón para quitarse la tierra de la montaña que se metía hasta las fosas mas profundas de las narices, recuerdo que deje unos zapatos de montaña deshechos, para ser sinceros ya tenían unos buenos años de uso, pero cuando cierro los ojos y veo las escenas de aquella travesía, solo termino con una gran sonrisa. Me abrazo en el recuerdo con Octavio, Euge, Marcelo, Max, Rouse, Ernesto, Jorge, Matias, Mica, Nicol, Antonio y Victor, pero sobre todo al atestiguar una de las gestas mas heroicas de sobrevivencia humana, con mi hija siento que tuve por primera vez una experiencia con ella que nos marcó, nos dejó huella y sobrepasará mis días. Gracias Octavio, sé que regresare. Esta travesía me enriqueció en niveles insospechados, te lo hice saber entonces, te lo recuerdo hoy 1 año y medio después.


















